La identidad ¿Por qué es importante en el mundo de hoy?
Carlos de la Puente
Con frecuencia escuchamos la palabra identidad usada en distintos contextos. Se habla de documentos de identidad, otras veces se dice de alguien que tiene una crisis de identidad, se habla también de identidad cultural y a veces, incluso, leemos en las noticias deportivas que un equipo no respetó su “identidad futbolística”. Aunque podemos usar la palabra identidad referida también a cosas e ideas, como cuando se habla de identidad de un estilo arquitectónico o artístico, la aplicación más frecuente y la más importante es la que se refiere a seres humanos. Es sobre la identidad personal sobre la que vamos a hablar en este trabajo.
La identidad personal está formada por esos rasgos que lo hacen a uno, precisamente, identificable. Decimos que la identidad de una persona está hecha de esas propiedades que perduran en el tiempo y que la hacen, a esa persona, distinta a las demás y reconocida como un individuo particular. Algunos psicólogos y filósofos de habla inglesa han acuñado la palabra self, traducido al castellano como “sí mismo” para referirse a la suma de esas características que la persona sabe que posee y que la hacen diferenciable del resto de los congéneres.
La identidad personal está formada por esos rasgos que lo hacen a uno, precisamente, identificable.
¿Cómo se forma la identidad o el self? La más influyente de las teorías, que es la teoría del filósofo-psicólogo norteamericano George Herbert Mead, dice que un individuo construye su identidad personal en una especie de diálogo con los demás. Las personas se individualizan, es decir, adquieren una identidad, a través de la socialización. Por un lado, nos dice esta teoría, está ese aspecto de nuestro self que es el aspecto más íntimo o privado de nosotros mismos; es ese aspecto formado por nuestros impulsos, por nuestro lado más creativo, más rebelde y más emocional. Es ese lado de cada uno de nosotros que es el depositario de los deseos de explorar nuevos territorios personales, depositario, en una palabra, de aquello que nos hace los seres particulares e irrepetibles que cada uno de nosotros es. Del otro lado está la sociedad, representada por las personas que nos cuidan al comienzo de la vida, esos otros significativos que nos enseñan las cosas que se consideran necesarias para hacernos personas autónomas, como por ejemplo las normas morales que rigen o intentan regir la vida de las personas.
La identidad o el self es, entonces, resultado del encuentro de estos dos aspectos: nuestras motivaciones más íntimas y más creativas, con las normas que nos han enseñado nuestros mayores. Así, continúa esta teoría, pronto aprendemos a relacionar esas motivaciones primarias con lo que los demás esperan de uno, y esas expectativas de los otros como que se introducen en nuestra mente, se “interiorizan” se diría en jerga psicológica. Incorporamos el punto de vista de los otros, lo fusionamos, por decirlo de alguna manera, con nuestros deseos más íntimos y eso sería lo que somos como individuos. Aprendemos a mirarnos a nosotros mismos a través de las miradas de los demás. La identidad o el self es el resultado de una especie de acuerdo, no siempre armonioso por supuesto, entre lo más impulsivo de nuestro ser y las expectativas de los demás que hemos interiorizado.
Son los otros entonces los que nos ayudan, a través de innumerables conversaciones, a definirnos como los seres que somos.
Son los otros entonces los que nos ayudan, a través de innumerables conversaciones, a definirnos como los seres que somos. Al comienzo de la vida es la madre o el cuidador primario, y a medida que vamos creciendo ampliamos el círculo de personas que va a participar en la construcción de nuestra identidad. Los otros tienen, entonces, un papel importantísimo en la edificación de lo que somos como individuos. Y como la identidad o la imagen que uno tiene de sí mismo está cargada de valoraciones, puede decirse que los otros tienen una importancia decisiva en cómo nos sentimos con nosotros mismos. Se dice por eso, con razón, que la imagen de uno mismo es un factor importante en la auto-estima, y que una persona con una imagen positiva y sólida de sí misma tiene una “buena autoestima” y que, en cambio, una persona con una imagen degradada de sí mismo tiene una «baja autoestima».
Ahora bien, dentro de la identidad personal existe un aspecto muy importante que tiene que ver con los grupos a los que pertenecemos. Uno es identificado por esos rasgos más personales como los talentos, las virtudes de carácter y demás, pero también por las características que la sociedad le atribuye a los colectivos de los que uno forma parte. Así, la identidad de uno va a estar constituida también por si uno es hombre o mujer, por su orientación sexual, por sus rasgos étnicos, por sus prácticas culturales, por sus creencias religiosas. Somos vistos y juzgados también en función de esos colectivos. Y es aquí donde la cuestión de la identidad adquiere importancia en la discusión política contemporánea. Porque así como las identidades personales están sujetas a valoraciones positivas o negativas, también las identidades culturales han sido objeto de este tipo de valoraciones.
Hace 200 años o más, las identidades colectivas estaban rígidamente determinadas, lo que suponía que la estima o la valoración que se otorgaba a los distintos grupos estaba también determinada también de modo rígido. Reyes, Incas, nobles y aristócratas eran socialmente mejor estimados o valorados que vasallos, indios, campesinos. Y era más difícil para aquellos en los últimos escalones de la valoración social cambiar los patrones de evaluación a los que su grupo se veía sometido. Consecuentemente, cada individuo debía resignarse a aceptar la identidad y la estima que esta sociedad le asignaba a su colectividad.
Sin embargo con el advenimiento de la modernidad y de la democracia; es decir, desde la Revolución Francesa y la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos de América, la sociedades de Occidente empezaron a organizarse alrededor de principios normativos que entraban en abierta contradicción con ese modo de otorgar la estima social: los nuevos principios igualitarios abrieron la posibilidad de revisión y de discusión de los mecanismos sociales en virtud de los cuales las clases sociales, la raza, el género y la orientación sexual serían valorados. Por primera vez en la historia de la humanidad, la estima social otorgada a los grupos dentro de una sociedad no se derivaría únicamente de la tradición. Ahora, a través de una especie de gran conversación social, los grupos antes desvalorizados tendrían la oportunidad de exigir la misma estima social, el mismo respeto, que cualquier otro grupo.
Por eso la identidad es importante en la discusión política contemporánea. Parte de la felicidad de las personas está determinada por cómo uno es visto y valorado. Ni el mundo, ni tampoco el Perú por supuesto, ha llegado aún a ese punto normativo ideal donde las distintas identidades colectivas reciban la misma estima social. A ese punto, en buena cuenta, en el que el sentirse bien de unos no requiera de la mortificación de otros.