La retórica en el siglo XXI

Elio Vélez Marquina

Una est enim  . . .  eloquentia, quascumque
in oras disputationes regionesque delata est.

Cicerón, De oratore III.V.2

Pocas disciplinas exhiben una edad tan avanzada y una vigencia tan enraizada en la cultura como la retórica. Ciencia del discurso o arte de la persuasión: ostentando diversos y múltiples nombres, desde su primitivo origen siciliano hasta su juventud ateniense, llegó a Roma para consolidarse como el método por excelencia para la expresión oral y escrita. Desde entonces la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco la vieron transformarse y multiplicarse con otros saberes, sagrados y profanos, hasta nuestros días. Sea que la pensemos como “arte del bien decir” o como simple barullo de “sofisterías o razones que no son del caso” (DRAE), la retórica es, como pocas, suma de variadas ciencias y técnicas, espejo de la historia de nuestra expresión, ya sea en la arena de los conflictos políticos, el jardín de la poesía o en los senderos de la prosa.

Desde su edad primera, la retórica fue junto con la filosofía (y más aún, la dialéctica) el sello distintivo del homo politicus. Se le oyó en la corte, la iglesia, los tribunales o el claustro académico; así como se leyó en las cartas, tratados, discursos políticos y la literatura en general. Pero, así como moldeó el pensamiento hacia mejores arquetipos, su fin -primero y último- fue y es el de la persuasión a través del lenguaje. En tanto arte se la entiende como el conjunto de reglas para la elaboración de discursos persuasivos; en tanto ciencia, se la presume como el estudio de dichos discursos, sean literarios o no. Se trata, pues, de un saber especializado y transversal a las disciplinas que tienen al lenguaje como objeto de estudio. Así, no solo estudiará la persuasión en sí misma sino que, siguiendo la definición aristotélica, se la  habrá de pensar como “la facultad de teorizar lo que es adecuado en cada caso para convencer” (Aristóteles, Retórica, 1355b25-26).

La actividad retórica promovida por Aristóteles en su plena dimensión ética y política trajo como resultado una comprensión mucho más rica de su desempeño. Debido a esta ampliación y, sobre todo, al tratamiento especializado del lenguaje, la retórica no tardó en relacionarse con otras ciencias o disciplinas. Por ejemplo, guarda un poderoso y antiguo vínculo con la gramática, que fue percibido y potenciado por autores como Marco Fabio Quintiliano. Él la definió como ars bene dicendi, arte o técnica de la mejor expresión, en contraste con la gramática, recte loquendi scientia, es decir, la ciencia de hablar correctamente. Sin embargo, para el discurso retórico la propiedad lingüística no es privativa, aun cuando le resulta indispensable. Si bien la perfección gramatical no garantiza la efectividad retórica de un texto, sí dispone los cimientos sobre los que habrán de fundarse los pilares de una persuasión efectiva. Hoy la retórica no buscará en la gramática tan solo los paradigmas más sofisticados, sino también las convenciones registradas en diversos estratos lingüísticos.

Asimismo mantiene una estrecha relación con disciplinas filológicas como la lingüística, más allá de la prescriptiva gramatical, y, desde luego, con la teoría literaria. La retórica, así, les ofrece un sólido andamiaje tanto para el análisis del texto oral como para el escrito, dado que propone un equilibrio entre la claridad idiomática y los diversos recursos estilísticos de su repertorio. De esta manera, el concepto de texto retórico ha evolucionado hasta incorporar cada vez más redes discursivas. Por ejemplo, de la fusión entre retórica y publicidad han surgido interesantes campos como el del insight marketing, que aprovechan, además, los alcances de disciplinas relativamente jóvenes como la semántica, la pragmática y la psicología.

¿Se justifica, entonces, el miedo pánico a que Internet o las redes sociales degraden los procesos intelectivos, a que simplifiquen las expresiones discursivas?

Cabe, por lo tanto, subrayar que la retórica, al igual que la filología, es un sistema histórico y que, por tanto, se actualiza en función de las exigencias teóricas y políticas de cada época. Sin embargo, dicha adaptación no es del todo pasiva; por el contrario, esta termina modificando a los objetos que admite en su sistema. Bien se le asuma como ciencia o arte, la retórica es, en el plano de la interacción inter y transdisciplinaria, un sistema metateórico (capaz de reflexionar desde su teoría para otras teorías) que explica el texto (oral o escrito) y su estructura desde la perspectiva de la producción textual. De esta manera, da cuenta de la realidad desde un punto preciso de la historia, pero al mismo tiempo, gracias a su organización teórica secular, lo hace en la historia. ¿Se justifica, entonces, el miedo pánico a que Internet o las redes sociales degraden los procesos intelectivos, a que simplifiquen las expresiones discursivas? Ciertamente, no, pues la retórica es capaz no solo de limar las posibles asperezas, sino también de analizar y proponer mejores métodos para la composición.

El siglo XXI y el desarrollo de la cibernética han enriquecido, qué duda cabe, el universo textual. Términos como hipervínculo o hipertexto advierten que el lector ya no interactúa pasivamente con el documento, sino que navega, es decir, recorre una serie de documentos paralelos, secundarios o divergentes al mismo tiempo que experimenta determinada lectura. En tal sentido, la retórica, como disciplina de la producción textual, podrá estudiar y proponer las estrategias mejores para abordar esta nueva constitución del acto comunicativo: del mismo modo que los escribas tuvieron que seleccionar nuevas estrategias al pasar del soporte del papiro al códice, los cibernautas podrán encontrar en su inmenso corpus los ejemplos y fórmulas necesarios para garantizar una comunicación efectiva. El ars dictaminis o la subespecie retórica destinada al estudio y composición de cartas bien podrá ser de provecho para los profesionales que escriben un promedio de 20 a 50 cibermensajes por semana.

La conversación cibernética (chat, messenger y demás) y las redes sociales tienen en la retórica a una poderosa aliada. Aspectos fundamentales como la inserción de imágenes en los textos (ya ampliamente debatida en el Renacimiento) podrán ser repensados a la luz de la preceptiva y de la casuística de los exempla o conjunto de ejemplos prestigiosos. Por su parte, la indispensable cortesía en los actos comunicativos directos o indirectos (soporte texto o de vídeo) encontrará amplios modelos para las consideraciones metalingüísticas sobre lo visual-verbal y las redes híbridas de interacción. Igualmente, el periodismo cibernético o digital podrá encontrar en los diversos manuales de retórica una serie de orientaciones sobre los estilos más apropiados para cada público.

No es, pues, la retórica un monumento inmarcesible; ni mucho menos, simulacro de sabiduría. Es una ciencia histórica del análisis textual (en el sentido amplio de este último término) y, al mismo tiempo, una técnica de composición que hace especial énfasis en los aspectos elocutivos de la producción discursiva. Como todo saber clásico (a saber, que se enseña en la clase de una casa de estudios superiores) es una disciplina que nos permite descubrir que la contingencia contemporánea no se ha creado ex nihilo, de la nada, sino que las más de las veces se trata de fenómenos manidos y recurrentes. La retórica presupone la recuperación del texto como fundamento para la mejor expresión, así como la afirmación de nuestra humanidad.

Vélez Marquina, Elio

Elio Vélez Marquina

Magister (c) en Literatura hispanoamericana, Pontificia Universidad Católica del Perú.
Licenciado en Lingüística y literatura con mención en Literatura hispánica, Pontificia Universidad Católica del Perú.

Áreas de especialización:
Gramática española, Enseñanza del Latín, Literatura colonial, Épica renacentista, Hagiografía y poesía sagrada, Filología hispánica, Rítmica y métrica, Critica textual y Emblemática, Gastronomía y enología.