Perú y Bolivia: ¿Un futuro compartido?

Óscar Vidarte Arévalo

Hace varias décadas y, en particular, en la última, las relaciones entre Perú – Bolivia no son las adecuadas.

Existen nexos históricos y culturales entre los pueblos peruanos y bolivianos (Cayo 2010: 13) (desde el Alto Perú, la Confederación Peruano-Boliviana hasta la Guerra del Pacífico), sin embargo, estos vínculos se enfrentan hoy a intereses geopolíticos que pasen por considerar al Lago Titicaca como una zona de desarrollo mutuo que trascienda su simple protección, así como al Perú como la salida de Bolivia a la región del Asia-Pacífico (más aun ahora que vemos cómo la carretera Interoceánica puede cumplir el objetivo de integrar al Brasil con el Océano Pacífico), y a Bolivia como el engranaje con la región rioplatense (un tema fundamental para nuestro país desde tiempos coloniales).

Asimismo, desde una óptica económica se debe mencionar que, sin tener en cuenta lo que significa el contrabando para ambos países (alrededor de 1,200 millones US$) (El Comercio 2011) y las implicancias en materia de narcotráfico; existe un intercambio comercial en aumento: de 242 millones US$ el año 2004 se ha llegado a los 600 millones US$ el año 2009. Pero lo relevante no son estas cifras, ya que pueden resultar insignificantes en comparación con el intercambio del Perú con otros países, sino el hecho de que el 93% de nuestras exportaciones a Bolivia constituyan bienes manufacturados y no materias primas (60% tratándose del caso boliviano) (Andina 2010), fundamental para dejar de ser un país primario exportador. Además de la cada vez mayor importancia del mercado vecino para las inversiones peruanas (llegando hoy en día el Perú a ser el segundo país latinoamericano inversor en dicho país), no cabe olvidar que las altas tasas de crecimiento de ambos países deberían generar buenas expectativas para los negocios: 2010 Perú 8.9% y Bolivia 4.1%, y el 2011 Perú 7.1% y Bolivia 5.2%.

Hace varias décadas y, en particular, en la última, las relaciones entre Perú – Bolivia no son las adecuadas.

Frente a una historia común y al aumento del intercambio comercial entre Perú y Bolivia, la integración de los países no se ha hecho realidad a pesar de acuerdos relevantes como el Convenio Marco del Proyecto Binacional de Amistad, Cooperación e Integración “Gran Mariscal Andrés de Santa Cruz” y la Declaración de Ilo de 1992 (la cual ha requerido una actualización el año 2010), y el Tratado General de Integración y Cooperación Económica y Social para la Conformación de un Mercado Común del 2004 (ratificado por el Congreso peruano el año 2006). Sin embargo, aunque estos proyectos se presentaron como muy favorables para la integración de nuestros países (Maúrtua 1995: 80-81), es una lástima que no se hayan hecho realidad a pesar de los buenos augurios.

¿Cómo explicar esta situación? En primer lugar, se puede hacer énfasis en las diferencias ideológicas existentes, sobre todo a partir de la presencia de Evo Morales en la presidencia de Bolivia. Si bien el contenido ideológico y sus implicancias sobre el plan de desarrollo de un país pueden ser importantes para el establecimiento o no de buenas relaciones bilaterales, también es cierto que los intereses nacionales de un país, sobre todo en materia de política exterior, deben estar por encima de cualquier consideración ideológica. En tal sentido, por ejemplo, el Perú y Ecuador han sabido construir una relación positiva luego de casi medio siglo de conflicto, a pesar de las diferencias entre los gobiernos de García y Correa.

Se puede hacer énfasis en las diferencias ideológicas existentes, sobre todo a partir de la presencia de Evo Morales.

Por otro lado, la inestabilidad política de nuestros países (Perú: 1998-2001 / Bolivia: 2003-2005) puede aparecer como una de las razones para comprender la débil relación existente. Aunque esta variable siempre es de relevancia al momento del análisis de la política exterior de un Estado, no ayuda a brindar una explicación integral a nuestra problemática en tanto que, en los momentos de estabilidad política tampoco se pudo avanzar en favor de la relación bilateral.

Otro aspecto por considerar para el análisis son las prioridades en materia de política exterior para cada país. En el caso peruano, a diferencia del boliviano, hemos visto cómo lo comercial se ha consolidado como el eje principal de la política exterior, enfatizando la importancia del libre comercio y las inversiones, a nivel bilateral y multilateral. Esto ha llevado al Perú a preferir integrarse con el primer mundo económico (EE.UU., China, Unión Europea, Japón, Corea del Sur, etc.) en desmedro de la región.

A pesar de lo señalado, se han dado excepciones importantes que rompen con esta regla. Por un lado, el gobierno del ex presidente Toledo supo construir una importante relación con el Brasil, aunque luego venida a menos en el gobierno siguiente; y por otro, el acento del gobierno de García por las relaciones con Chile al inicio de su mandato, opacadas por el diferendo limítrofe ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya.

En el caso de Bolivia, un tema que puede haber sido relevante para comprender el poco interés peruano por nuestro vecino, es el papel que dicho país ha jugado al interior de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), el cual, a ojos de la diplomacia peruana solo ha servido para dificultar la materialización de una serie de acuerdos delibre comercio (TLC). Así no fue de agrado del Perú que la negociación del convenio con la Unión Europea haya demorado 7 años (2004-2011) en virtud de la crítica posición boliviana, ni la intransigente política altiplánica frente a la solicitud peruana por modificar la Decisión 486 de la CAN, a fin de poder implementar el TLC con los EE.UU.

Finalmente, otro punto por considerar es el papel de Chile como el tercero en discordia en las relaciones peruano-bolivianas, lo cual se puede constatar desde los inicios de la República a raíz de la existencia de permanentes tensiones entre los tres países (Cayo 2010: 120). Aunque nuestras agendas intentan construirse básicamente en forma bilateral, desde mucho tiempo atrás parece que estuviéramos frente a una relación trilateral; es más, en el pasado se han dado oportunidades de promover un polo de desarrollo en las fronteras de los tres países, sin embargo, la falta de voluntad política ha impedido un proyecto de integración regional de esta naturaleza (Jaime 2002: 12-13).

En este sentido, si bien se puede considerar que la política exterior chilena “ha consistido fundamentalmente en aislar a Bolivia del Perú y en oponerla a nuestro país como consecuencia de una política de recíproca desconfianza” (Ulloa 1997: 334), también es cierto que tratándose del Perú, la utilización de lo boliviano o lo chileno como herramienta de presión frente a Chile o Bolivia respectivamente, no ha favorecido en la construcción de una relación duradera en el tiempo, sino más bien de relaciones sustentadas en una coyuntura internacional favorable o desfavorable; de ahí que una característica de esta relación trilateral sea la “tendencia a relacionarse a través de mecanismos de balance de poder antes que de integración y un patrón desconcentrado de alianzas externas” (Deustua 2004: 212).

No resulta casualidad que una relación tan deteriorada como la de García y Morales, pueda reinventarse en el momento más álgido del proceso ante La Haya (justamente a partir del intento chileno de promover la participación boliviana en el diferendo) y luego del fin de las negociaciones entre Bolivia y Chile por una salida al mar del país altiplánico. De la misma forma, tampoco resulta casualidad que la firma del Tratado de 2003 haya coincidido con la disputa entre Perú y Chile por el gas boliviano.

En contrario sensu, las favorables relaciones entre nuestro país y Chile al comienzo del gobierno de García, guardan relación con el endurecimiento de las relaciones con Bolivia; al mismo tiempo que la apertura de Chile a discutir con Bolivia su solicitud por tener acceso al mar, llevó a nuestro vecino a priorizar el enfrentamiento con el Perú.

En todo caso, con la llegada al poder de un nuevo gobierno en nuestro país, esperemos que en los próximos años se pueda construir una verdadera relación bilateral que tome en cuenta las ventajas que significan un acercamiento con Bolivia. Por lo menos el contexto puede resultar ventajoso, en virtud de algunas similitudes ideológicas entre sus gobiernos, cierto nivel de estabilidad, una política con un énfasis regional (por lo menos en el discurso peruano), la parte final y más dura del proceso ante La Haya entre Perú y Chile, y el inicio de un proceso ante el mismo organismo entre Bolivia y Chile en busca del tan ansiado acceso al mar. Si bien el escenario ideal debería estar sustentado en un “enfoque trinacional de beneficios mutuos” (Araníbar 1999: 92) o en la construcción de un “triangulo de crecimiento” que incluya a Chile (Bruce St. John 2001: 151), lamentablemente la irresolución de los problemas del pasado han determinado el predominio de un enfoque realista de las Relaciones Internacionales, poco tendiente a la cooperación.

Vidarte Arévalo, Óscar

Óscar Vidarte Arévalo

Maestría en Relaciones Internacionales, Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá (Colombia).
Bachiller en Derecho, Pontificia Universidad Católica del Perú.

Áreas de especialización:
Temas de investigación o intereses académicos, Análisis Político, Relaciones Internacionales, Política Exterior, Cooperación Internacional y Organismos Internacionales